Se acabó el curso. Fiesta de libros de texto por los aires, expectativas vacacionales al viento, y sobre todo, se acabaron los relojes, a tumba abierta para hacer lo que les plazca, empezando por no hacer nada……..!Qué auténtica maravilla¡ En mis tiempos infantiles las “vacaciones” consistían básicamente en ir al pueblo cuando mis padres podían, y ahí se me abría como quien dice un universo selvático, porque aparte de fútbol en la plaza y batallas a pedradas entre niños cabestros, la actividad fundamental era el tirachinas.
Un tirachinas como aquellos conllevaba en primer lugar amplios paseos entre el arbolado circundante buscando esa ansiada rama en forma de “Y” que sustentaba el núcleo de tan anhelado poder. No podía ser cualquiera. Tenía que ser “esa” rama perfecta de formas perfectas para desarrollar el resto de la trama, para acceder a la tribu de los niños “armados”. Es algo que sin saberlo se asemeja a la búsqueda posterior entre las mujeres.
Luego está el negocio de quitar la corteza de la madera y dejarla perfectamente pulida, con las incisiones inmaculadas en los extremos de la horquilla para que se puedan atar y ajustar las gomas de esa máquina de precisión, y posteriormente la obtención siempre complicada de las mismas, dado que no son del ámbito selvático de la naturaleza del pueblo. El principal recurso para obtenerlas eran las cámaras de los neumáticos, y ahí se abría una amplia gama de elasticidades y densidades diversas, según fueran de bici, de coche o de tractor. Pero con cierto tráfico de influencias, se podían llegar a conseguir unas gomas del ámbito médico, que eran como un tubo continuo de color ocre casi naranja que en realidad no sé para qué otra cosa podrían servir. Aquello era el suplemento perfecto para ese modelo único de la ingeniería infantil. Pura potencia.
Posteriormente la búsqueda se dirigía en pos de un trozo de badana o de cuero que normalmente procedía de un zapato viejo encontrado en algún camino o cuneta. ¿De quién habría sido ese zapato? ¿Cómo habría llegado a ese sitio recóndito del que no es fácil volver descalzo? Ese es uno de los grandes misterios de la vida. Y ya por fin, ensamblarlo todo con hilos de cobre que se sacaban de algún trozo sobrante de algún misterioso cable de indescifrable procedencia. El ensamblaje de las gomas a la horquilla por un lado y al trozo de cuero por el otro era un acto místico que hacía de ese instante un reino de silencio denso como si fuera la hora de la siesta. Y a partir de ese momento, ya eras alguien.
Quiero agradecer a Javier, el profe de mi hijo Martín, la bondadosa mano con que ha dirigido la tumultuosa manada. Felices vacaciones.
Jesús H. Cifuentes - el norte de castilla-
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