SEMBLANZA BIOGRÁFICA
Nace Miguel Delibes en Valladolid, capital de la comunidad autónoma de Castilla y León, el 17 de octubre de 1920. El apellido Delibes proviene, no obstante, de Toulouse (Francia), ya que su abuelo paterno, Frédéric Delibes Roux -emparentado lejanamente con el compositor Léo Delibes- se asienta en España en 1860, adonde emigra para participar en la construcción de una línea de ferrocarril en la provincia de Santander. En uno de sus pueblos, Molledo-Portolín -escenario luego de una de las primeras novelas delibeanas, “El camino”-, se casa con Saturnina Cortés, y con los años traslada el matrimonio su residencia a Valladolid.
Miguel Delibes es el tercero de los ocho hijos del matrimonio Adolfo Delibes, profesor y director de la Escuela de Comercio de Valladolid, y de María Setién, burgalesa de origen.
El niño Miguel estudia en el colegio de La Salle y, en 1938, con 17 años, y antes de que le movilicen como soldado en la guerra civil que asola España desde 1936, decide enrolarse como voluntario en la Marina. “Casi con seguridad iban a destinarme a Infantería y me horrorizaba la idea del cuerpo a cuerpo, la guerra en el mar era más despersonalizada, el blanco era un barco, un avión, nunca un hombre. Yo lo veía como un mal menor”.
Delibes, sin embargo, queda profundamente marcado por el conflicto bélico. “Si fuera posible -ha escrito- hacer un estudio médico de las personas que participamos en aquella terrible guerra, resultaría que los mutilados síquicos somos bastantes más que los mutilados físicos que airean sus muñones”.
Novelista casi por azar
Regresa a Valladolid recién terminada la guerra y estudia Comercio y Derecho. Sin embargo, ninguna de estas carreras le complace. Y sólo el azar quiere -él mismo lo ha reconocido así- que desemboque en el mundo del periodismo y de la literatura. Un azar que comienza cuando, al estudiar el Manual de Derecho Mercantil de Joaquín Garrigues, descubre la belleza del lenguaje y la eficacia de la metáfora y el adjetivo oportunamente empleado. Como también le gusta el dibujo -su padre le ha matriculado en la Escuela de Artes y Oficios-, Miguel Delibes ingresa como caricaturista, en 1941, en “El Norte de Castilla”, el periódico de su ciudad, y pasa luego a ser redactor.
Ya es por entonces novio de Ángeles de Castro y ésta -que luego será su esposa- le anima a leer y a satisfacer el espontáneo deseo de ponerse a escribir. De esta manera, casi por puro azar y con una formación eminentemente autodidacta en lo que a lo literario se refiere, escribre su primera novela, “La sombra del ciprés es alargada”, que consigue el prestigioso premio Nadal, en la noche de Reyes de 1948.
Es el espaldarazo. Dos años antes se había casado con Ángeles de Castro y había conseguido la cátedra de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio de su ciudad.
A partir de ahora compaginará la enseñanza, el periodismo y la literatura.
Del periodismo a la novela
Miguel Delibes es nombrado subdirector de “El Norte de Castilla” en 1952 y director en 1958. Emprende una serie de campañas en favor del medio rural castellano y ello le lleva a enfrentarse con el régimen y la censura reinantes, viéndose obligado a dimitir de su cargo en 1963. Pero no ceja por eso en su denuncia de la postración de Castilla y, cuando no puede hacerlo desde el periódico, lo hace desde la narrativa. Nace así su novela “Las ratas” (1962), verdadera epopeya novelada de la tragedia del campo castellano.
Pero ya antes había publicado varios títulos más, en especial “El camino” (1950), su tercera novela y arranque y confirmación de lo que habrá de ser su auténtico estilo narrativo.
Junto a títulos señeros como “La hoja roja” (1959), “Cinco horas con Mario” (1966), “Parábola del náufrago” (1968) -su novela más experimental-, o “Las guerras de nuestros antepasados” (1975), Delibes publica también sus primeros libros de caza y crónicas de viajes, principalmente “USA y yo” (1966), consecuencia de su estancia de seis meses en Estados Unidos, como Profesor visitante de la universidad de Maryland.
Académico de la lengua
En 1973, con más de veinte libros publicados y varios premios en su haber, Miguel Delibes es elegido miembro de la Real Academia de la Lengua, ocupando el sillón e minúscula. La toma de posesión tiene lugar el 25 de mayo de 1975, y su discurso versa sobre “El sentido del progreso desde mi obra”.
Sólo unos meses antes, en noviembre de 1974, había muerto su esposa Ángeles, a la que el novelista había calificado como su “equilibrio” y la “mejor mitad de mí mismo”. En una novela que Delibes publicará diecisiete años más tarde, “Señora de rojo sobre fondo gris” (1991), evocará la singular figura de esta mujer.
La muerte de su esposa deja sumido al escritor en una profunda depresión, de la que comienza a salir tres años más tarde con la publicación de su novela “El disputado voto del señor Cayo” (1978). Siguen nuevas novelas, nuevos libros de caza, alguna nueva crónica viajera y varios de sus relatos -doce en total- son llevados al cine o al teatro. “Los santos inocentes” en la pantalla y “Cinco horas con Mario” en los escenarios son los logros más notables en sendos géneros.
Premio Cervantes
Llegan también para Miguel Delibes los reconocimientos y los premios: el Príncipe de Asturias, en 1982; el premio de las Letras de Castilla y León, en 1984; el de las Letras Españolas, en 1991; y dos años más tarde, en 1993, el premio Cervantes, el más prestigioso galardón para escritores de habla hispana. Su discurso de aceptación del premio ha sido considerado como uno de los más bellos y profundos de cuantos se hayan pronunciado en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. Y aun cuando en él parece dar a entender Miguel Delibes que da por clausurada su creación literaria, cinco años más tarde, en 1998, publica la que puede considerarse su novela más ambiciosa e incluso su obra cumbre: “El hereje”, un alegato en favor de la libertad de conciencia. La novela se desarrolla en el Valladolid del siglo XVI, y “a Valladolid, mi ciudad” dedica Delibes el libro. Ciudad donde nació y donde ha vivido siempre porque, como él mismo ha repetido, “soy como un árbol, que crece donde lo plantan”.
ADIÓS DON MIGUEL
El Salón de Recepciones del Ayuntamiento se quedó pequeño ante la riada de vallisoletanos y personalidades de la cultura y la política, tanto local, como regional y nacional, que se acercaron a despedir a Miguel Delibes y presentar sus respetos. En algunos momentos, la Policía Municipal tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para regular el 'tráfico' humano de una capilla ardiente que se abrió a las 12 del mediodía y apenas cerró veinte minutos a las 15.15 horas para ordenar un salón invadido por más de medio centenar de ramos de flores.
En uno de ellos, situado junto a un cuadro con la imagen del fallecido a la cabecera del ataúd (escoltado por tres agentes de la Policía con traje de gala) podía leerse: 'Gracias por enseñarnos a mirar'. El remitente era Pacífico Pérez. Fue el guiño de algún alma muy sensible al personaje que protagonizó 'Las guerras de nuestros antepasados' y que tan bien encarnaron para el teatro los actores José Sacristán y Manuel Galiana.
Las primeras horas de capilla ardiente fueron monopolizadas por los vecinos anónimos de una ciudad que ya hacía cola en la Plaza Mayor cuando llegó el ataúd. Durante unos minutos, los concejales del Ayuntamiento, con el alcalde, Javier León de la Riva, a la cabeza, esperaron su llegada. Seis de los nietos del escritor subieron el féretro por las escaleras camino del Salón. Al llegar el cortejo, los gritos de «¡Maestro!» y los aplausos generales marcaron uno de los momentos más emotivos de una mañana que iba a estar sobrada de sentimientos.
A lo largo del día, al Ayuntamiento de Valladolid llegaron más de sesenta telegramas y cartas que expresaban su condolencia a la familia en este delicado momento, procedentes de administraciones públicas, instituciones y personas del mundo de las artes y la cultura. Entre ellas, destacaban la enviada desde la Casa Real, firmada por Sus Majestades los Reyes, que fue leída por el alcalde, Javier León de la Riva, en el Pleno celebrado por la mañana, además de la firmada por los Príncipes de Asturias.
Ya en la capilla ardiente, escoltaron al escritor la práctica totalidad de los concejales (apenas tres ausencias entre ellos), mientras sus siete hijos y 18 nietos se situaban a la izquierda de la capilla.
Algunas de las personas con notoriedad pública más madrugadoras fueron miembros de la cultura, como el etnógrafo Joaquín Díaz, el cantautor Amancio Prada o la escritora Elena Santiago. La llegada de personalidades públicas, unida a la entrada libre de ciudadanos, provocó verdaderos embotellamientos en las escaleras de acceso al salón. Permanecieron durante muchos minutos junto a la familia el delegado del Gobierno, Miguel Alejo; el subdelegado, Cecilio Vadillo; el presidente de las Cortes regionales, José Manuel Fernández Santiago y, hacia las 13.30 horas, el presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, acompañado de la consejera de Cultura, María José Salgueiro.
El líder del Gobierno regional resumió la pérdida con un «triple sentimiento». En primer lugar, Herrera habló de la «orfandad de un padre de la patria gracias a la difícil sencillez de su magisterio del castellano». Después, destacó el «orgullo y privilegio» de ser contemporáneo de Delibes. Por último, encontró el consuelo de «su inmortalidad, de alguien que ha desaparecido pero que hay algo en él que trasciende».
En ese mismo instante se acercó a dar el pésame a los hijos el presidente de Vocento, Diego de Alcázar. El grupo editor de EL NORTE DE CASTILLA también estuvo representado, en el turno vespertino, por el director general de Medios Regionales, Iñaki Arechabaleta, al que acompañaban el director general y el director del diario decano de la prensa española, Ignacio Pérez y Carlos Aganzo, respectivamente.
Entre las 13 y las 14 horas se produjo la mayor concentración de rostros conocidos. En pocos minutos, y mientras los políticos permanecían junto a los familiares, llegaron las actrices vallisoletanas Lola Herrera y Concha Velasco. Herrera, muy emocionada, se presentó con una docena de rosas rojas de las que depositó una sobre el féretro de Delibes, el escritor que «me regaló la luz del personaje de Menchu Sotillo y que, para agredecérselo, tendría que vivir varias vidas».
Al igual que Herrera, Concha Velasco habló también de «la orfandad» que siente tras la pérdida, así como «la gran humanidad» del autor de 'Los santos inocentes', «su novela mejor adaptada al cine».
Hacia las 14.15 llegó la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, que permaneció cerca de media hora charlando con los familiares tras trasladarles el pésame del presidente del Gobierno. Sinde lamentó la pérdida «del autor vivo más importante». También que «no haya recibido el Nobel», rechazo ante el que «demostró su disciplina ante los fastos y los honores». Por último, destacó su labor como periodista que le permitió «ser un hombre muy apegado a la realidad y ser un autor contemporáneo que hace sus lectores se renueven cada año». Cuando la familia había abandonado por unos minutos la capilla ardiente y las autoridades municipales dieron orden de cerrarla para recomponer un poco su orden, llegó la directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel. Pasó casi desapercibida, pero le dio tiempo a remachar lo dicho por la ministra. «Hemos perdido a uno de los mejores defensores de lo que nosotros promocionamos y, además, hemos perdido a un patrono del Instituto», lamentó.
Cuando Caffarel abandonaba el Ayuntamiento, las colas de ciudadanos se volvían a formar a sus puertas para una nueva apertura. Unos minutos antes, Juan y Silvia, una pareja que celebraba su boda en el Ayuntamiento, tenía que adaptar su ceremonia a las circunstancias y ver cómo el vestido blanco y las flores de fiesta se cruzaban con las coronas de flores. «Qué pena, era un gran escritor», dijo el novio.
Mientras haya alguien
Sólo fueron 20 minutos para limpiar el Salón de Recepciones y organizar las coronas y ramos de flores que no dejaron de llegar a lo largo de todo el día, hasta superar al final de la tarde el centenar. Tras ese lapso, las puertas de la Casa Consistorial se volvieron a abrir. Al principio de la tarde fue apenas un goteo, que se intensificó a medida que pasaban los minutos y que se convirtió de nuevo en una larga cola que alcanzaba el recién inaugurado teatro Zorrilla. De hecho, hacia las siete de la tarde, el alcalde de la ciudad, Javier León de la Riva, aseguró que el horario de apertura de la capilla ardiente iba a ser flexible: «El Ayuntamiento estará abierto mientras haya alguien que quiera entrar a despedir a don Miguel». Las puertas no pudieron cerrase hasta las diez de la noche. También afirmó que el incesante pasar de los vallisoletanos ante el féretro demuestra el cariño que sienten por su escritor, un hombre que aunque «no era especialmente simpático, en la distancia corta era muy tierno».
En representación de la Real Academia Española, de la que era miembro el escritor vallisoletano, acudió José Antonio Pascual, vicedirector de la institución, dado que su director, Víctor García de la Concha, tuvo que permanecer en Salamanca, aquejado de «una pequeña dolencia». Tras dar las condolencias a la familia del autor de 'El Hereje', Pascual no puso contener su emoción al señalar que «Delibes nos ha enseñado a desear las palabras y a que queramos utilizarlas, porque no todo es plástica», antes de insistir en que «el tesoro que suponen las palabras al contener la actitud del hablante, frente al discurso, a veces tan vacío, de los políticos». Poco antes, el académico salmantino había destacado que «nos enseñó a pensar que esto de hablar es algo ecológico, que es la naturaleza» porque, desde su punto de vista, «cuando nos olvidamos de nuestras raíces, prescindimos del oxígeno». Para el salmantino, Miguel Delibes perteneció a una generación que sirvió de «modelo de comportamiento» y de ejemplo de virtudes cívicas.
Durante la tarde fueron miles las personas que devolvieron a don Miguel todo el cariño que han recibido a través de las vidas de los personajes de sus obras. Y hubo mucho pueblo. Y aunque Miguel Delibes hubiera salido corriendo si se llega a cruzar en el camino de esta multitudinaria despedida, tal y como reconocía su hijo Adolfo, su familia se sintió arropada y agradecida por tanta muestra de reconocimiento. Alumnos del maestro en su faceta de profesor en la antigua Escuela de Comercio; lectores de sus novelas y de sus artículos; aficionados a la caza, a la naturaleza o al fútbol; estudiantes al cierre de los colegios e institutos; amigos; escritores como Gustavo Martín Garzo y su mujer, la poetisa y colaboradora de EL NORTE, Esperanza Ortega; el director del grupo Teatro Corsario, Fernando Urdiales; el actor José Antonio Quintana; el hijo de la escritora Rosa Chacel y Antonio Piedra; el rector de la Universidad de Valladolid, Evaristo Abril, y el ex rector Fernando Tejerina; Toño y Félix, integrantes del grupo de música tradicional Candeal; el fotógrafo Agustín Cacho, representante de una saga que inició sus pasos profesionales en EL NORTE. Todos ellos quisieron decir adiós al escritor, al periodista, al dibujante, al ecologista, al cazador, al hombre bueno.
Con «una profunda tristeza», Fernando Urdiales apuntó a «la pérdida que supone para el lenguaje la desaparición del gran maestro, que describía la esencia agrícola de Castilla, para el que no hay recambio». «Es el autor que más personalidad da a nuestra raíces y nuestra forma de ser».
Esperanza Ortega destacó que Miguel Delibes «supo dar voz a los humildes, a los que nadie les escucha nuca, a los desposeídos, a través de sus personajes», siempre con un «lenguaje preciso, sencillo y certero». En definitiva, «el pueblo se identifica y forma parte de su obra». También se refirió a su labor en EL NORTE al señalar que «hizo del periodismo un arte».
No faltaron políticos como el consejero de Economía y Empleo, Tomás Villanueva; el ex presidente de la Junta, Juan José Lucas; los diputados nacionales del PP por Valladolid, Soraya Sáez de Santamaría y Miguel Ángel Cortés, y el senador Tomás Burgos; Antonio Fonseca, representante del poder judicial en la región, y Feliciano Trebolle, presidente de la Audiencia Provincial; el jefe superior del Cuerpo Nacional de Policía en la región, Jesús García Ramos.
El vicepresidente segundo del Senado, el soriano Juan José Lucas, se reconoció admirador del fallecido, al que describió como «un sabio de las letras, humanista y conocedor de ese mundo rural». La vallisoletana Soraya Sáez de Santamaría, portavoz del PP en el Congreso, afirmó que «ha sido la persona que nos enseñó a disfrutar de la lectura», y subrayó que retrataba como nadie el carácter de los castellanos»
El portavoz del grupo municipal socialista, Óscar Puente, señaló que el escritor «ha dejado una huella importante» y que ha sido «un ejemplo como ser humano, padre, marido, abuelo». «Es una pérdida grande para la ciudadanía de Valladolid», señaló el candidato al rectorado de la UVA, Marcos Sacristán, para quien Delibes es la mejor representación de la literatura castellana.
Desde las doce de la mañana y hasta las diez de la noche, más de 18.000 personas habían visitado la capilla ardiente instalada en el Salón de Recepciones del Ayuntamiento con los restos de Miguel Delibes Setién, según los cálculos de la Policía Municipal. Además de las muestras directa de pesar, a las dependencias de la Casa Consistorial llegaron más de un centenar de coronas y ramos de flores, muchas de ellas de instituciones locales, provinciales, regionales y nacionales. Entre ellas destacaban la de los miembros de la promoción de la Policía Municipal Miguel Delibes, que también quisieron sumarse al homenaje; o la del Real Madrid, club del que era gran aficionado don Miguel.
Vio crecer al Mochuelo y al Nini; salió al campo con Lorenzo el cazador; sintió de cerca el pálpito vital del viejo Eloy, del señor Cayo, de Pacífico Pérez, de Gervasio García de la Lastra… Hasta que se encontró el paquete de tabaco con su propia hoja roja. Entonces terminó ‘El hereje’, el libro que le debía a su ciudad de Valladolid, y dejó de escribir. Pero sus personajes lo siguieron acompañando siempre. «Ellos –reconoció en su discurso de recepción del premio Cervantes– eran los que evolucionaban y, sin embargo, el que cumplía años era yo. Hasta que un buen día, al levantar los ojos de las cuartillas y mirarme al espejo me di cuenta de que era un viejo».
Ahora que se ha ido, se puede decir bien alto y bien fuerte que lo único que no le ha dado la vida literaria a Miguel Delibes es el premio Nobel de Literatura. Y eso a pesar de que sus novelas han llevado más lejos que las de ningún otro escritor de su tiempo la rotunda belleza de la lengua castellana. Él fue el primero en demostrar que se puede mirar el mundo de tú a tú sin tener que salir de la tierra propia. El ejemplo mayor de hasta qué punto lo universal termina siendo lo local pero sin puertas. Llevó una vida de ficción muy real, y ha sabido mantener hasta el último día de su vida la dignidad aleccionadora de los grandes escritores.
Decir Miguel Delibes es decir narrativa en lengua castellana, pero también es decir periodismo de altura. Si El Norte de Castilla no puede entenderse sin Miguel Delibes, Miguel Delibes no puede entenderse sin El Norte de Castilla. Su talante cultural no sólo ha marcado a generaciones de periodistas, sino que ha servido para ilustrar de manera perenne la grandeza de un oficio que tanto más se ha equivocado cuanto más ha tenido la tentación de alejarse de las que son sus verdaderas esencias literarias.
El retrato, empero, no quedaría completo si no recordamos también el carácter precursor de Miguel Delibes como defensor de la Naturaleza. Con «Un mundo que agoniza», pero también con todas y cada una de sus novelas ‘al aire libre’, el escritor fue elaborando el impresionante certificado de defunción de toda una cultura: el final de la vida en el campo, de los ciclos de las cosechas, de la estrecha convivencia del hombre con los animales…, pero también el final de tantas y tantas palabras de nuestra lengua castellana nacidas del sudor, el miedo, el esfuerzo y las esperanzas de los hombres del campo. Toda una civilización milenaria que quedó grabada con letras de imprenta en su inmensa obra narrativa.
Y, por supuesto, la persona. Cuando le he vuelto a ver, después de veinte años de mi primera entrevista, en la misma casa, bajo el mismo retrato, rodeado de los mismos libros, Miguel Delibes seguía siendo el mismo pesimista con la misma vibrante ironía que, después de tantas novelas y tantos personajes, confesaba lo insoportablemente banales que podían ser los vivos en comparación con los muertos. «Al palpar la cercanía de la muerte –dice una de sus citas más conocidas–, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad». Al recibirnos en su casa hace apenas unos meses, todavía tenía el humor de darnos una ‘primicia’ periodística: durante años pensó que José María Pemán, el gran vate oficial del régimen franquista, le había robado la cartera en el curso de un viaje por Italia… Y un consejo, esta vez en serio: «No dejéis de trabajar por el campo». Y otro más: «Cuidad que no salgan tantas faltas de ortografía en el periódico».
Con el cuerpo maltrecho, don Miguel ha conservado hasta el último minuto la lucidez y la cabeza que siempre temió perder desde que sacó la hoja roja. «Los amigos me dicen con la mejor voluntad: que conserve usted la cabeza muchos años. ¿Qué cabeza? ¿La mía, la del viejo Eloy, la del señor Cayo, la de Pacífico Pérez, la de Menchu Sotillo? ¿Qué cabeza es la que debo conservar? (...) Antes que a conservar la cabeza muchos años a lo que debo aspirar ahora es a conservar la cabeza suficiente para darme cuenta de que estoy perdiendo la cabeza. Y en ese mismo instante frenar, detenerme al borde del abismo y no escribir una letra más», dijo también en la ceremonia del premio Cervantes. Por fortuna no fue así.
Ahora don Miguel se ha ido, y yo sólo puedo recordarle con la alegría con la que celebró con quienes hacíamos la revista ‘El Cobaya’ los sesenta años de la publicación de ‘La sombra del ciprés es alargada’. Saliendo con él del cementerio de Ávila, con la nieve purísima crujiendo bajo la suela de los zapatos, quiero recordar la frase con que se cierra ésta su primera novela: «Y por encima aún me quedaba Dios». Así sea.
Carlos Aganzo - director de El Norte de Castilla-
EL ECOLOGISTA
Concebía el progreso como aspiración humana razonable, pero con severos límites que no destruyesen las relaciones entre hombre y naturaleza. Intuyó y denunció las primeras agresiones al medio ambiente y las convirtió en mal augurio de lo que sucedería en años venideros con acierto casi profético. Y lo hizo en una época en la que este asunto aún no había encontrado acomodo en la agenda de la sociedad, de los medios de comunicación y, aún menos, de los políticos. Cuando en 1975, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, Miguel Delibes, disertó sobre 'El sentido del progreso desde mi obra', se abrió una novedosa ventana de alerta social. Una circunstancia que, en opinión de Javier Gutiérrez, miembro de Ecologistas en Acción de Valladolid, «tiene mucho mérito, pues fue valiente decir lo que dijo y ante quien lo dijo, en unos tiempos en los que no existía la preocupación actual por la protección del medio ambiente y la mayoría social no se sentía concernida».
Sin embargo, antes de ese discurso, que en 1979 se editaría bajo el título 'Un mundo que agoniza', el intelectual vallisoletano ya había dejado huellas de su desasosiego por el maltrato a la naturaleza, por los problemas de un mundo rural donde comienza a atisbarse el declive, la despoblación. «En esa época -afirma Gutiérrez- podríamos decir que sus inquietudes se parecen mucho a las de los naturalistas estadounidenses de finales del siglo XIX y comienzos del XX, ya en alerta ante los peligros que acechan al entorno natural».
En cambio, aprecia un viraje esencial en los planteamientos que el escritor vallisoletano esboza en 'Un mundo que agoniza' a partir de sus citas a autores como Lester Brown, -que ya prevenía sobre la sobreexplotación de los mares-, Erich Fromm, Roberto Rosellini y otros intelectuales que expresaron entonces sus temores ante la degradación progresiva. «A partir de ahí podemos considerar que Delibes es precursor, con un discurso muy valiente en la RAE, de los problemas no sólo naturalistas sino medioambientalistas, que tutela muy bien alrededor de la idea de progreso».
Repara Javier Gutiérrez en que años después el escritor da continuidad a esa preocupación ensayística por el medio ambiente con la publicación, junto a su hijo Miguel, de 'La tierra herida' bajo el subtítulo 'Qué mundo heredarán nuestros hijos', un texto premonitorio en el que pasa revista a las amenazas ambientales que atenazan al planeta.
Este discurso no sólo ha resistido el paso del tiempo, sino que ha venido a confirmar los peores augurios, porque, sostiene Gutiérrez, «hoy se conoce más sobre esos problemas, pero el embrión de lo que eran estaba ya perfectamente dibujado en su pensamiento, se anticipó a su tiempo».
Más allá del anticipado aviso que hace como hombre de campo, el ex portavoz municipal de Izquierda Unida abunda en el convencimiento de que Delibes era un pesimista con argumentos. «El tiempo le ha dado la razón, porque ante todo estaba bien informado, que es lo importante».
Si en 'La Tierra herida' ya bosquejaba la preocupación por el cambio climático, no sólo ha tomado forma el mundo sucio que vaticinaba, sino sus devastadores efectos. «Lo curioso es que expresaba su idea medioambiental con mucha visión de interrelaciones en el sentido de que los problemas estaban conectados unos con otros; -observa el portavoz de Ecologistas en Acción- Cerraba ciclos y empezaban a preocuparle las consecuencias en cadena de lo que estábamos y estamos haciendo mal».
En el enunciado de responsabilidades por las agresiones al medio ambiente, no faltaba en su discurso la alusión a los economistas. «Sí, nos trataba un poco mal y con razón, seguramente», admite Gutiérrez, profesor en la Facultad de Ciencias Económicas de Valladolid. «Por aquella época en Estados Unidos estaba alumbrándose la economía ecológica, que a España no había llegado todavía. Y a los economistas se los asimilaba entonces con dinero, generación de riqueza y crecimiento, y él rechazaba de plano que eso se vinculase con la idea de progreso; tenía razón».
En esa tesitura medioambientalista, el endeudamiento y la economía financiera casaban mal con el criterio de utilización razonable de los recursos naturales. «La parte de la economía financiera y monetaria la tenía enfilada», apunta Javier Gutiérrez, apreciando que es en este punto donde más contraponía y cobraba visibilidad la idea de hombre sencillo frente a la sofisticación de las exigencias del capitalismo. «Contra ideas como crecimiento exponencial, avaricia y todos esos conceptos dominantes en la economía, surgieron algunos que empezaban a decir que había que pararlo, entre ellos Delibes, pero aún era muy minoritario e incipiente ese movimiento».
Jesús Bombín
LA MILANA DE AZARÍAS
El último mensaje que recibo de Miguel Delibes fue con motivo del 25º cumpleaños de la película que hicimos con su historia y con sus personajes. Me manda un libro sobre los perros que le habían acompañado en sus semanales viajes al campo. Y ese libro tiene una dedicatoria: "A Mario, que triunfó y me triunfó con Los santos inocentes". La guardo, la aprendo de memoria y la aprecio como se aprecian las cosas únicas, divertidas, directas y muy sentidas. En realidad, Miguel estuvo conmigo desde tiempos muy lejanos. Desde que recién llegado de la universidad leyera Mi idolatrado hijo Sisí, El camino, Las ratas... hasta las novelas posteriores; desde la primera vez que vi la película en la imaginación leyendo su tremendo y mágico poema de la tierra y del infortunio, hasta su novela El hereje, tan sabia y tan completa.
Le conocí y al momento traté de entenderle. Nos dio una lección magistral cuando nos contó la facilidad con que había rechazado un premio de bastantes millones que le ofrecían cuando apenas había escrito dos capítulos.
-Qué pensarán de mi -dijo.
-¿Quién? -le contestó el mensajero.
-Los que han presentado sus novelas al premio y se encuentran con que está dado antes.
-Eso qué importa, pensarán que su historia era la mejor, sin duda.
-A mi me importa. Y mucho.
Y de esta manera zanjó la cuestión.
Publicó la novela y no se jactó nunca de su rechazo y al contarlo le pareció imposible que alguien se prestara a semejante chapuza. Así es como siempre me gustaría recordarle. Fiel a sí mismo, a su literatura, a su manera de ver la vida. Sin aspavientos, socarrón, tierno e inflexible en sus planteamientos personales.
Leyó cuidadosamente el guión de la película que íbamos a intentar llevar a término con sus historias y sus personajes. "Deberían incluir más las palabras milana bonita, que repite el viejo Azarías". Tenía razón. Las dos palabras crean una consigna, una especie de leyenda. Hubo más encuentros. Efusión, reconocimiento, complicidad y cariño. Yo estoy orgulloso de ello. Lo disfruto en sus cuentos, en las novelas, en los relatos y hasta en los escritos más breves. ¡Qué logro más importante existir siempre, hasta el final de la vida de tanto lector, en el mundo entero, donde la creación perdura tan viva y tan emocionante y sincera como en el momento en el que el formidable narrador la estaba escribiendo dándole vida!
Mario Camus dirigió la película 'Los santos inocentes', basada en la novela de Miguel Delibes.
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