Comprar alimentos en cuya producción no hubiera ni pizca de pesticidas, modificaciones genéticas o productos químicos empezó siendo cosa de hippies. Ahora es la clase media y media-alta la que se apunta. Por eso cada vez es más fácil encontrar prácticamente de todo: a los tomates y la leche se han unido todo tipo de embutidos, cavas y hasta las comidas preparadas. Eso sí: no es bio todo lo que reluce.
El mejor aliado para que nadie le mienta es mirar bien la etiqueta. El certificado no engaña.
"Es un momento bonito para nosotros. Nuestro cliente no compra por precio, sino por convicción", cuenta orgulloso Pere Bufí, dueño de Ecoviand. Lleva 14 años peleando por Ecoviand, su negocio de carnes ecológicas. "No ha sido fácil. Al principio en esta movida se interesaba sobre todo la gente vegetariana. Así que cuando acudía a una feria ecológica me gritaban asesino", recuerda aún con amargura. Pero eso, dice, ya pasó. Cada vez más gente busca que los animales que vivan y coman de la manera más natural posible. Nada de piensos artificiales ni antibióticos. Eso sí, las chuletas o las hamburguesas de animales felices salen más caras. El cerdo o la ternera valen cerca del 30% más. Igual que los chorizos. "Pero la gente que me compra, prefiere renunciar a l hipoteca o cocheantes que no poder gastar en lo que cree que es mejor para su salud", defiende Pere. Ha acudido a la feria Alimentaria, que se celebra estos días en Barcelona, para promocionar la venta por Internet de su carne.
Lo cierto es que, según varios estudios de la consultora de consumo TNS, la mayoría de los que se apuntan a la moda de lo bio tienen estudios medios o superiores y un nivel socio-económico medio o medio-alto. Esto hace que la industria ecológica soporte mejor los vaivenes de la recesión y que en España ya se dedican 1,3 millones de hectáreas a producir alimentos ecológicos. En las tiendas y supermercados especializados se puede encontrar natillas, croquetas, té o paella al vacío con garatía ecológica. También cada vez más productos higiénicos, como champú o compresas.
"Pero aún queda mucho por hacer. Hay mucho desconocimiento", asegura Benjamín, dueño de Capell, una empresa de tomate y salsas ecológicas. Busca entre sus papeles estadísticas del Ministerio de Medio Rural para explicar que la cuota de mercado de estos alimentos es sólo del 0,7%. En países como Dinamarca es del 6% y nueve de cada diez orgánicos se venden en el súper del abrrio. No es extraño que de aquel país haya llegado a Alimentaria productos de la huerta danesa en busca de un mercado con tanto potencial como el español. Por ejemplo, los zumos orgánicos de la huerta danesa, como los de Søbogaard, distribuidos por Sole Graells y avalados por los hermanos Albert y Ferran Adrià.
"Un 10% de gente dice que no compra cosas ecológicas porque no se fía de que sea verdaderamente ecológicos. Es absurdo. Sólo hay que mirar la etiqueta", señala Benjamín. Un pequeño dibujito con un sol y las iniciales del consejo regulador de la comunidad autónoma donde se produce, son la clave.
"Hay gente que hace cosas ecológicas, pero no pide los certificados. Nosotros decidimos asumir el papeleo y los inspectores para conseguirlo. Es una forma de demostrar que haces las cosas como prometes", dice con orgullo la responsable de Eudald Massana Noya, productora de cavas y vinos ecológicos. "No creas que es fácil que te concedan este dibujito", comenta entre risas. "Vienen inspectores que eligen una botella al azar de cualquier rincón y la mandan a un laboratorio. También recorren las viñas y cogen muestras de hojas y uvas. Son controles a los que no se les puede engañar. Al que miente, lo pescan", promete.
C.Delgado - ElPais.es - M.Prieto - Vida Sana
"Es un momento bonito para nosotros. Nuestro cliente no compra por precio, sino por convicción", cuenta orgulloso Pere Bufí, dueño de Ecoviand. Lleva 14 años peleando por Ecoviand, su negocio de carnes ecológicas. "No ha sido fácil. Al principio en esta movida se interesaba sobre todo la gente vegetariana. Así que cuando acudía a una feria ecológica me gritaban asesino", recuerda aún con amargura. Pero eso, dice, ya pasó. Cada vez más gente busca que los animales que vivan y coman de la manera más natural posible. Nada de piensos artificiales ni antibióticos. Eso sí, las chuletas o las hamburguesas de animales felices salen más caras. El cerdo o la ternera valen cerca del 30% más. Igual que los chorizos. "Pero la gente que me compra, prefiere renunciar a l hipoteca o cocheantes que no poder gastar en lo que cree que es mejor para su salud", defiende Pere. Ha acudido a la feria Alimentaria, que se celebra estos días en Barcelona, para promocionar la venta por Internet de su carne.
Lo cierto es que, según varios estudios de la consultora de consumo TNS, la mayoría de los que se apuntan a la moda de lo bio tienen estudios medios o superiores y un nivel socio-económico medio o medio-alto. Esto hace que la industria ecológica soporte mejor los vaivenes de la recesión y que en España ya se dedican 1,3 millones de hectáreas a producir alimentos ecológicos. En las tiendas y supermercados especializados se puede encontrar natillas, croquetas, té o paella al vacío con garatía ecológica. También cada vez más productos higiénicos, como champú o compresas.
"Pero aún queda mucho por hacer. Hay mucho desconocimiento", asegura Benjamín, dueño de Capell, una empresa de tomate y salsas ecológicas. Busca entre sus papeles estadísticas del Ministerio de Medio Rural para explicar que la cuota de mercado de estos alimentos es sólo del 0,7%. En países como Dinamarca es del 6% y nueve de cada diez orgánicos se venden en el súper del abrrio. No es extraño que de aquel país haya llegado a Alimentaria productos de la huerta danesa en busca de un mercado con tanto potencial como el español. Por ejemplo, los zumos orgánicos de la huerta danesa, como los de Søbogaard, distribuidos por Sole Graells y avalados por los hermanos Albert y Ferran Adrià.
"Un 10% de gente dice que no compra cosas ecológicas porque no se fía de que sea verdaderamente ecológicos. Es absurdo. Sólo hay que mirar la etiqueta", señala Benjamín. Un pequeño dibujito con un sol y las iniciales del consejo regulador de la comunidad autónoma donde se produce, son la clave.
"Hay gente que hace cosas ecológicas, pero no pide los certificados. Nosotros decidimos asumir el papeleo y los inspectores para conseguirlo. Es una forma de demostrar que haces las cosas como prometes", dice con orgullo la responsable de Eudald Massana Noya, productora de cavas y vinos ecológicos. "No creas que es fácil que te concedan este dibujito", comenta entre risas. "Vienen inspectores que eligen una botella al azar de cualquier rincón y la mandan a un laboratorio. También recorren las viñas y cogen muestras de hojas y uvas. Son controles a los que no se les puede engañar. Al que miente, lo pescan", promete.
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