Si uno mira a África desde un atlas, lo que ve es el perfil de una cara que mira hacia su derecha, cuya nariz y morro son Somalia y Kenia, para que ustedes me entiendan.
Cuando escribo esto, los tripulantes del 'Alakrana' están de vuelta a sus hogares. Conocemos sobre todo a las familias de los vascos, pero en el barco hay un montón de nacionalidades. Han salido por la tele y por todos los medios un montón de mujeres añorando a sus compañeros con toda la lógica de la preocupación en sus carnes, y niños y niñas colaterales de un mundo que agoniza en incómodos plazos; mientras todo esto que les cuento no cesa de ser denunciado en la prensa sin que por ello suceda algún cambio.
El caso o la pregunta que surge de entre tanta inmundicia es: ¿hasta dónde vamos a ser capaces de fagocitarnos? Desde esa esquina de África de la que estamos hablando con aspecto de nariz, lo que les faltaba a la población de la orilla marítima y pescadora es que llegaran de el 'primer mundo' barcos con la la capacidad depredadora de un taladro a sus costas, que nunca vieron tanta hambre como la que traían los atuneros de Marte.
Porque es en Marte donde vivimos todos los marcianos que nos asombramos del secuestro de un barco. Cuando se acaba la mina, se tiran los picos y se empieza a vivir de la renta del trabajo, pero aquí, no. Aquí el pico absorbe todas las posibilidades de huida que tiene la sangre, hasta acabar con ella.
La coña marinera es que la situación anormal por la que nuestros barcos faenan en territorios inmorales se vea refrendada por la ayuda militar o mercenaria de los países de origen (que no aborígenes), que carecen de normativa, pero no de chulería para perpetuar el derecho de pernada. ¿Qué les parecería si un barco enorme procedente de Somalia se instalase en las costas de Bermeo o de Santoña a practicar el palangre más ofensivo? Lo que es seguro es que se iban a marchar con las redes vacías, porque la avidez local y global ya dejó vacío el fondo pesquero de nuestras costas. Pero no contentos con ello, tenemos que exportar ese vacío interior. Como estamos jodidos, la medida es joder a los demás, hasta que estén igual de defenestrados. La solución la tienen, por lo visto, los mercenarios. Así es cómo el mundo alimentado genera empleo en la crisis: con los mercenarios.
Cuando escribo esto, los tripulantes del 'Alakrana' están de vuelta a sus hogares. Conocemos sobre todo a las familias de los vascos, pero en el barco hay un montón de nacionalidades. Han salido por la tele y por todos los medios un montón de mujeres añorando a sus compañeros con toda la lógica de la preocupación en sus carnes, y niños y niñas colaterales de un mundo que agoniza en incómodos plazos; mientras todo esto que les cuento no cesa de ser denunciado en la prensa sin que por ello suceda algún cambio.
El caso o la pregunta que surge de entre tanta inmundicia es: ¿hasta dónde vamos a ser capaces de fagocitarnos? Desde esa esquina de África de la que estamos hablando con aspecto de nariz, lo que les faltaba a la población de la orilla marítima y pescadora es que llegaran de el 'primer mundo' barcos con la la capacidad depredadora de un taladro a sus costas, que nunca vieron tanta hambre como la que traían los atuneros de Marte.
Porque es en Marte donde vivimos todos los marcianos que nos asombramos del secuestro de un barco. Cuando se acaba la mina, se tiran los picos y se empieza a vivir de la renta del trabajo, pero aquí, no. Aquí el pico absorbe todas las posibilidades de huida que tiene la sangre, hasta acabar con ella.
La coña marinera es que la situación anormal por la que nuestros barcos faenan en territorios inmorales se vea refrendada por la ayuda militar o mercenaria de los países de origen (que no aborígenes), que carecen de normativa, pero no de chulería para perpetuar el derecho de pernada. ¿Qué les parecería si un barco enorme procedente de Somalia se instalase en las costas de Bermeo o de Santoña a practicar el palangre más ofensivo? Lo que es seguro es que se iban a marchar con las redes vacías, porque la avidez local y global ya dejó vacío el fondo pesquero de nuestras costas. Pero no contentos con ello, tenemos que exportar ese vacío interior. Como estamos jodidos, la medida es joder a los demás, hasta que estén igual de defenestrados. La solución la tienen, por lo visto, los mercenarios. Así es cómo el mundo alimentado genera empleo en la crisis: con los mercenarios.
Jesús Cifuentes - el norte de castilla-
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