Desde que se inventaron las religiones con la supuesta presencia de los profetas de turno, siempre surgieron posteriormente las personas que vieron filón en el invento, creando la estructura de lo bueno y de lo malo según su propia interpretación y conveniencia. Así es cómo miles de años después llegamos a nuestros días con los corsés que comprimen la moralidad desde todas las sotanas del mundo. A cuenta de la reforma de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, el portavoz de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, ha calificado la situación de «herejía, pecado mortal, barbarie moral...».
Es un coñazo el que este tipo de señores puedan ejercer presión moral sobre cuestiones de las que poco saben, dada su opción personal por el presunto celibato y la vida en familia, y es mucho más sangrante tener su omnipresencia sin que uno haya elegido casarse con ellos. Lo indecente es que tengamos que financiarlos y que desde los colegios te vayan adocenando en sus archivos de los que engrosamos filas incluso de manera involuntaria. De hecho, uno de los ejercicios más complicados es el hecho de apostatar. Es enormemente complicado que te puedas soltar de sus redes cuando el hecho de engrosar sus filas a nivel administrativo es la que les nutre a nivel financiero.
Tiene en sus propias entrañas más agujeros morales entre pederastas y financiaciones oscuras que un congreso del PP pero, contra todo pronóstico, siguen dando la turra con sus opiniones sempiternas de las que podemos tener más o menos consideración, pero, por favor, ya vale de excomulgar y meter a la peña en la hoguera.
Esta gente tiene que ponerse las pilas de verdad si quieren sobrevivir otro siglo. Ya no apuesto por milenio. Digo siglo. Y es que, a no ser que pretendan tener un público de abuelas beatas y engominados para los restos venideros, como no vuelvan a conectar con el mundo real, con las frentes que sudan en el trabajo, en la familia, en el barrio, en la vida, creo que les quedan dos sesiones para acabar este lamentable espectáculo.
Cuando lo que se ofrece desde el escenario es malo, aburrido, deprimente, nos parece un engaño, nos crispa los nervios o es un cuento interminable, el común de los mortales nos vamos para no volver.
Es un coñazo el que este tipo de señores puedan ejercer presión moral sobre cuestiones de las que poco saben, dada su opción personal por el presunto celibato y la vida en familia, y es mucho más sangrante tener su omnipresencia sin que uno haya elegido casarse con ellos. Lo indecente es que tengamos que financiarlos y que desde los colegios te vayan adocenando en sus archivos de los que engrosamos filas incluso de manera involuntaria. De hecho, uno de los ejercicios más complicados es el hecho de apostatar. Es enormemente complicado que te puedas soltar de sus redes cuando el hecho de engrosar sus filas a nivel administrativo es la que les nutre a nivel financiero.
Tiene en sus propias entrañas más agujeros morales entre pederastas y financiaciones oscuras que un congreso del PP pero, contra todo pronóstico, siguen dando la turra con sus opiniones sempiternas de las que podemos tener más o menos consideración, pero, por favor, ya vale de excomulgar y meter a la peña en la hoguera.
Esta gente tiene que ponerse las pilas de verdad si quieren sobrevivir otro siglo. Ya no apuesto por milenio. Digo siglo. Y es que, a no ser que pretendan tener un público de abuelas beatas y engominados para los restos venideros, como no vuelvan a conectar con el mundo real, con las frentes que sudan en el trabajo, en la familia, en el barrio, en la vida, creo que les quedan dos sesiones para acabar este lamentable espectáculo.
Cuando lo que se ofrece desde el escenario es malo, aburrido, deprimente, nos parece un engaño, nos crispa los nervios o es un cuento interminable, el común de los mortales nos vamos para no volver.
Jesus Cifuentes - el norte de castilla-
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