Lo de los recurrentes pero necesarios encuentros para alcanzar un acuerdo global sobre el clima y las emisiones de CO2 resulta un vodevil de lo más sinsorgo. Me recuerda tristemente a las negociaciones de una separación, que se tornan de lo más cruento e irracional, mayormente si hay niños de por medio.
La sinrazón se convierte en el árbitro de una cuestión que esencialmente es más urgente que incuestionable. Asistimos al deshielo de los polos y de los glaciares, a la desertización carnicera de los territorios de climas tradicionalmente más áridos, y a una intermitent, pero imparable, sucesión de huracanes e inundaciones que se llevan miles de vidas sin que la conciencia global acabe por tomar cartas en el asunto. Así que, lo que son los oídos del común de los mortales están asistiendo a una constante reunión de representantes internacionales incapacitados para llegar a ningún tipo de acuerdo vinculante que vaya más allá de las buenas palabras, sobre todo cuando la parte más interesada en mantener las cosas como están viene de la mano de las grandes potencias mundiales. Nadie da su brazo a torcer, porque lo que prima es que la máquina gigantesca de hacer dinero no pare nunca, en una lujuriosa fiesta de seguir engullendo con voracidad lo que la paciente madre Tierra está a punto de dejar de ofrecernos.
Es un imposible, pero sería interesante, que tuviera cabida la figura de algún mediador, o terapeuta global, que explicase con peras y manzanas a todos estos señores de la corrupción la posibilidad de dar un poco el brazo a torcer antes de que las trompetas del Apocalipsis quieran tocar su macabra melodía.
Estamos acostumbrándonos de manera enfermiza a un mundo de usar y tirar, y esa 'cultura' tan yanqui de la vida no tiene nada que ver con la realidad acumulada por parte de la historia (que tiene un aparato digestivo milenario, pero no infinito), en la que los procesos evolutivos de trascendencia que supuestamente nos colocan por delante de los primates están siendo sustituidos por el 'aquí te pillo-aquí te mato' de la voracidad vigente.
«Sí, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.» (E. Galeano)
La sinrazón se convierte en el árbitro de una cuestión que esencialmente es más urgente que incuestionable. Asistimos al deshielo de los polos y de los glaciares, a la desertización carnicera de los territorios de climas tradicionalmente más áridos, y a una intermitent, pero imparable, sucesión de huracanes e inundaciones que se llevan miles de vidas sin que la conciencia global acabe por tomar cartas en el asunto. Así que, lo que son los oídos del común de los mortales están asistiendo a una constante reunión de representantes internacionales incapacitados para llegar a ningún tipo de acuerdo vinculante que vaya más allá de las buenas palabras, sobre todo cuando la parte más interesada en mantener las cosas como están viene de la mano de las grandes potencias mundiales. Nadie da su brazo a torcer, porque lo que prima es que la máquina gigantesca de hacer dinero no pare nunca, en una lujuriosa fiesta de seguir engullendo con voracidad lo que la paciente madre Tierra está a punto de dejar de ofrecernos.
Es un imposible, pero sería interesante, que tuviera cabida la figura de algún mediador, o terapeuta global, que explicase con peras y manzanas a todos estos señores de la corrupción la posibilidad de dar un poco el brazo a torcer antes de que las trompetas del Apocalipsis quieran tocar su macabra melodía.
Estamos acostumbrándonos de manera enfermiza a un mundo de usar y tirar, y esa 'cultura' tan yanqui de la vida no tiene nada que ver con la realidad acumulada por parte de la historia (que tiene un aparato digestivo milenario, pero no infinito), en la que los procesos evolutivos de trascendencia que supuestamente nos colocan por delante de los primates están siendo sustituidos por el 'aquí te pillo-aquí te mato' de la voracidad vigente.
«Sí, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.» (E. Galeano)
Jesús Cifuentes - el norte de castilla-
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