Estamos todavía con el sueño del día de ayer, en que los músicos en gira hicieron la última parada del año sobre el escenario de la sala madrileña Joy Eslava. Y es que uno no deja de sorprenderse con lo distante que es algo tan cercano como nuestra capital del reino. Con la memoria fresca aún de la muerte de un chaval en la puerta de una discoteca por la brutal violencia de un gorila de esos que viven a las puertas de los antros vestidos de negro, con cuerpos de dos por dos y cara de perdonar vidas (o segarlas), uno se pregunta cómo se ha llegado a desarrollar esa figura profesional, porque alternativas existen, creo yo.
El día de ayer fue memorable para Celtas, porque de lo que no cabe duda alguna es de que en Madrid la gente nos quiere un montón, a pesar de Esperanzas inciertas. Da gusto mirarse en ese espejo tan plagado de amalgama de procedencias que hacen de Madrid un espacio único en el que todo es posible. Pero de lo que quiero hablar no es del concierto, sino de que como allí todo es posible, uno que lleva a mucha honra la boina pucelana, no deja de alucinar con la estatura que allí tiene la vida, empezando por la convivencia consuetudinaria de los atascos infinitos, que parecen ya estar justificados y asumidos por la tradición del día a día. Es increíble que el ser humano esté tan dispuesto a perder el tiempo de una forma tan dócil y aburrida. Pero con su pan se lo coman. La resignación es una habitación repleta de insondables esquinas que prefiero no conocer.
Luego ni te cuento del precio que tiene la barra por la noche. Sólo respirar mal es lo que no te cobran a cojón, porque cualquier otra actividad que tú ejerzas es rentable para alguien y menguante para tus bolsillos. Y volviendo al principio, la pregunta del millón es que cómo es posible que para entrar en un sitio a que te vapuleen hay un portero en la entrada anticipando el maltrato que se te avecina. Con lo que le gusta a la gente la noche y lo rentable que es para otros no puedo comprender que sea necesaria esa suerte de pastores violentos para un rebaño tan manso. Lo que violenta al rebaño son los pastores, que creen que por tener una cayada tienen que usarla sin motivo alguno. Menos mal que ¿no llevan? pistola, porque si no el negociazo de la noche se acabaría en un pispás.
El día de ayer fue memorable para Celtas, porque de lo que no cabe duda alguna es de que en Madrid la gente nos quiere un montón, a pesar de Esperanzas inciertas. Da gusto mirarse en ese espejo tan plagado de amalgama de procedencias que hacen de Madrid un espacio único en el que todo es posible. Pero de lo que quiero hablar no es del concierto, sino de que como allí todo es posible, uno que lleva a mucha honra la boina pucelana, no deja de alucinar con la estatura que allí tiene la vida, empezando por la convivencia consuetudinaria de los atascos infinitos, que parecen ya estar justificados y asumidos por la tradición del día a día. Es increíble que el ser humano esté tan dispuesto a perder el tiempo de una forma tan dócil y aburrida. Pero con su pan se lo coman. La resignación es una habitación repleta de insondables esquinas que prefiero no conocer.
Luego ni te cuento del precio que tiene la barra por la noche. Sólo respirar mal es lo que no te cobran a cojón, porque cualquier otra actividad que tú ejerzas es rentable para alguien y menguante para tus bolsillos. Y volviendo al principio, la pregunta del millón es que cómo es posible que para entrar en un sitio a que te vapuleen hay un portero en la entrada anticipando el maltrato que se te avecina. Con lo que le gusta a la gente la noche y lo rentable que es para otros no puedo comprender que sea necesaria esa suerte de pastores violentos para un rebaño tan manso. Lo que violenta al rebaño son los pastores, que creen que por tener una cayada tienen que usarla sin motivo alguno. Menos mal que ¿no llevan? pistola, porque si no el negociazo de la noche se acabaría en un pispás.
El norte de Castilla
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