Como estamos inmersos en agosto, los músicos ambulantes andamos dando vueltas por el mundo, viéndolo casi siempre desde el escenario o desde la ventana de la furgoneta que nos lleva. El tiempo pasa lento y deprisa a la vez de una ciudad a otra con la sorpresa de nuevas caras constantemente, como si las personas fueran un manantial inagotable y continuo de rostros que no cejan en su empeño de renovarse a diario.
Es difícil encontrar un rostro fijo en este deambular salvo el de los compañeros de la banda, y los que quisieras encontrar no están a tu lado para trabajar de ancla que te amarre a una costa, a la costa que uno más quiere que es la de su casa, por eso en gira la novedad constante y la añoranza conviven en una misma casa.
Cuando uno analiza qué está pasando en el ámbito de la música, teniendo en cuenta el tiempo y el trabajo que cuesta parirla y defenderla, duele ver cómo pasa lo de siempre, cómo buena parte de la industria está plagada de desaprensivos que no tienen más misión que poner el cazo para llevarse transformado en dinero el esfuerzo ajeno.
Aquí sucede como en el sector primario: uno se mata a cavar la tierra para tenerla limpia y oxigenada, a sembrar sus tomates, sus patatas y sus lechugas, a abonarlas y a mimarlas, a contarles historias maravillosas para que crezcan lustrosas y sin traumas, a cosecharlas con cuidado para que la mercancía luzca espléndida, y después de haber hecho todo el trabajo viene un señor con un camión que te paga cuatro perras con las que no se cubre el esfuerzo realizado, para vender tu mercancía en otro lugar donde el consumo es masivo y el sector es más terciario, a un valor diez veces más caro de lo que te pagó a ti.
La ironía está servida, y pese a que el señor del camión argumentará que tiene sus gastos, sus beneficios son bastante más dorados que el del campesino, que hasta que no decida hacerse con su propio camión seguirá inmerso en el mismo ciclo. Y ese es el paso que tiene que ir dando la música: intentar acercarse a la independencia, que es el estado más productivo que puede darse en todos los ámbitos, porque eso te obliga a ser el mejor, o a al menos intentarlo.
Es difícil encontrar un rostro fijo en este deambular salvo el de los compañeros de la banda, y los que quisieras encontrar no están a tu lado para trabajar de ancla que te amarre a una costa, a la costa que uno más quiere que es la de su casa, por eso en gira la novedad constante y la añoranza conviven en una misma casa.
Cuando uno analiza qué está pasando en el ámbito de la música, teniendo en cuenta el tiempo y el trabajo que cuesta parirla y defenderla, duele ver cómo pasa lo de siempre, cómo buena parte de la industria está plagada de desaprensivos que no tienen más misión que poner el cazo para llevarse transformado en dinero el esfuerzo ajeno.
Aquí sucede como en el sector primario: uno se mata a cavar la tierra para tenerla limpia y oxigenada, a sembrar sus tomates, sus patatas y sus lechugas, a abonarlas y a mimarlas, a contarles historias maravillosas para que crezcan lustrosas y sin traumas, a cosecharlas con cuidado para que la mercancía luzca espléndida, y después de haber hecho todo el trabajo viene un señor con un camión que te paga cuatro perras con las que no se cubre el esfuerzo realizado, para vender tu mercancía en otro lugar donde el consumo es masivo y el sector es más terciario, a un valor diez veces más caro de lo que te pagó a ti.
La ironía está servida, y pese a que el señor del camión argumentará que tiene sus gastos, sus beneficios son bastante más dorados que el del campesino, que hasta que no decida hacerse con su propio camión seguirá inmerso en el mismo ciclo. Y ese es el paso que tiene que ir dando la música: intentar acercarse a la independencia, que es el estado más productivo que puede darse en todos los ámbitos, porque eso te obliga a ser el mejor, o a al menos intentarlo.
Jesús Cifuentes (el norte de Castilla)
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