OBRAS ECONÓMICAS
Principios prácticos de localización industrial (1957)
Realidad económica y análisis estructural (1959)
Las fuerzas económicas de nuestro tiempo (1967)
Conciencia del subdesarrollo (1973)
Inflación: una versión completa (1976)
El mercado y la globalización (2002)
Los mongoles en Bagdad (2003)
Sobre política, mercado y convivencia (2006)
Economía humanista. Algo más que cifras (2009)
El mercado y nosotros
NOVELA
La estatua de Adolfo Espejo (1939) -no publicada hasta 1994-
La sombra de los días (1947) -no publicada hasta 1994-
Congreso en Estocolmo (1952)
El caballo desnudo (1970)
El amante lesbiano (2000)
La senda del drago (2006)
Cuarteto para un solista (2011) -escrita en colaboración con Olga Lucas-
CUENTO
Mientras la tierra gira (1993)
OTRAS OBRAS
Escribir es vivir (2005) -libro autobiográfico escrito en colaboración con Olga Lucas-
La escritura necesaria (2006) -ensayo-diálogo sobre su obra novelística y su vida. Edición y diálogo: Gloria palacios. Ed.Siruela.
La ciencia y la vida (2008) -diálogo junto al cardiólogo Valentín Fuster ordenado por Olga Lucas-
NUESTRO SAMPEDRO (MARUJA TORRES)
No es verdad que los que se van nos dejen huérfanos. Tenemos estos
días dos ejemplos muy claros. Thatcher puso la primera piedra del mundo
despiadado que ahora conocemos: imposible no tenerla presente, como
igualmente imposible resulta no sentir el peso de su correligionario
Reagan. También Clinton, el día que se muera, nos dejará con su
ectoplasma flotando alrededor, porque fue él quien, en 1999, al derogar
la ley de 1933 que ponía límites al poder financiero, dio alas a la
actual crisis económica mundial, de la que sus causantes se han ido de
rositas.
Contra estos aniquiladores del bien se alzó y se alza el segundo
ejemplo, nuestro José Luis Sampedro. Y escribo nuestro con toda la boca y
todo el corazón, precisamente porque representa lo opuesto a aquellos a
quienes debemos este mundo cruel y aplastante. Él nos dijo que el poder
lamina a los débiles porque se ha ensoberbecido. Mientras a nuestro
alrededor se inflaban los pulmones quienes proclamaban las bondades del
libre mercado, nos aclaró: “El mercado está en manos de los poderosos.
Dicen que el mercado es la libertad, pero a mí me gustaría saber qué
libertad tiene en el mercado quien va sin un céntimo. Cuando se habla de
la libertad hay que preguntarse inmediatamente: ¿la libertad de
quién?”.
Nos espoleó a ponernos en pie, a rechazar el dogma y a recuperar la
dignidad, por eso digo que lo de José Luis tampoco desaparecerá, porque
incluso cuando ya no se le recuerde, incluso si sus libros
desaparecieran, en la corriente sanguínea de muchos de nosotros, de
muchos muchos muchos de nosotros, navega aquello tan hermoso que también
nos dijo: “ Tenemos el deber de vivir la vida, de ser lo más que
podamos en compañía de los demás, porque solos somos muy poca cosa”.
Arriba, amigos.
LA PALABRA NECESARIA (ÁNGEL GABILONDO)
Es difícil olvidar aquella conversación radiofónica de primeros de noviembre de 2005 en la que José Luis Sampedro
dialoga sobre la muerte con un rector de una universidad madrileña. En
ella subraya cómo nos vamos muriendo, cómo nos vamos viviendo, y su
preferencia de la mortalidad sobre la insoportable inmortalidad. La
voluntad de hacer de cada instante algo irrepetible viene a ser una
verdadera pasión por la vida. En última instancia, lo más decisivo no es
tanto que le oímos hablar sobre la muerte, cuanto su modo de hacerlo
como un mortal. Vivamente, con esa libertad de saber que lo determinante
no es el hecho de morir, sino cómo hacerlo. Y resulta extraordinario
hasta qué punto todo su decir, que es más que el conjunto de todo lo que
ha dicho y dice, está tejido por esta forma de hablar y de vivir
propias de un mortal.
José Luis Sampedro es alguien pleno de palabras, que siempre suenan
con el sabor de ser otras. No simplemente nuevas. Y ello obedece a que
ha comprendido que, en cierta medida, el lenguaje más propio nos viene
de los otros. Y es cuestión de hablar no solo de ellos, sino desde
ellos. Y, más aún, de crear condiciones de posibilidad para su propia
palabra.
De esta manera, su solidario decir no es simplemente una forma de
acompañamiento, antes bien un modo de escucha y de respuesta. Y muy
singularmente desde la equidad y desde la mirada, con los más
necesitados, los más débiles, los más desfavorecidos o, como él señala,
los más pequeños. Esa es su orilla y en ella se ha embarcado para
siempre.
Este hombre de valor, de valía, de valentía dice lo que ni siquiera
tal vez nos atrevemos a pensar, atrapados en el temor que supone habitar
lo convencional. Cuando el hogar son los demás, la humanidad de los
otros, cuando el propio decir se sustenta en ellos, va por ellos, la
ética ya no es otra palabra que la que se dice con la forma de vivir. Y
la de Sampedro atractivamente interpela nuestra indiferencia y nuestra
pasividad.
Para quien siempre supo que la economía era una ciencia social
y humana, y que, por tanto, solo cabe comprenderse como un modo de
gobierno de la casa, de gobierno de la nave, de gobierno de sí mismo y
de los otros, pronto la palabra vino a ser escritura, la de una
literatura como forma de transformación, la de una lectura que nos hace
ser diferentes.
La calle, la gente, y tantas diversas y genéricas denominaciones
encuentran en su palabra y en su corazón la frescura y la higiene de la
búsqueda de mejores condiciones de vida, de equidad y de justicia. Nunca
su palabra suena más apropiada para cada cual que cuando es propiamente
la más suya. Y la precisamos, como modificación del actual estado de
cosas. La sencillez y la bondad se ofrecen en él con la contundencia de
quien ve y dice con su vida que no le parece bien, de quien muestra con
su verdadera palabra que hay formas evidentes, aunque aparentemente
disueltas en múltiples complejidades y estructuras, en las que unos son
sometidos al servicio de otros. Este apasionado mortal y generoso ser
viviente ha sabido estar con nosotros y no podemos ignorar hasta qué
punto le seguimos necesitando.
ECONOMÍA DESDE EL CORAZÓN (LUIS PERDICES DE BLAS)
Jovellanos, Clarín, el premio Nobel de Literatura Echegaray, Valentín
Andrés Álvarez y José Luis Sampedro comparten un mismo perfil
biográfico: fueron economistas y literatos. Con cierto sarcasmo le oí
decir en varias ocasiones a Sampedro que esto de dedicarse a dos campos
tan opuestos era una desventaja porque los economistas pensaban que
debía ser un excelente novelista y los literatos un buen economista. No
obstante, este doble perfil, técnico y humanístico, marcó toda su obra
docente y profesional. Sus libros de temática económica cautivan,
incluso a aquellos que no suscriben sus ideas, porque están bien
escritos y, por si no fuera poco, además fue un excelente orador que
exponía sus ideas sin necesidad de leer ningún papel. Una vez jubilado
cada vez que impartía una conferencia en su facultad, la de Económicas y
Empresariales de la Complutense, siempre llenaba el Aula Magna y el
público, principalmente el más joven, salía encantado.
No solo dominaba la palabra, sino que fue estudioso, lector
empedernido y muy trabajador desde su adolescencia. Con tan solo 16 años
ingresó en el Cuerpo Pericial de Aduanas. Tras obtener el Premio
Extraordinario de Licenciatura en la primera promoción de la Facultad de
Económicas de la Complutense, desarrolló una fructuosa carrera docente
en esta universidad que compaginó con su trabajo en el Banco Exterior.
Sampedro, a pesar de iniciar su carrera en plena autarquía franquista,
fue un economista que siempre estuvo en contacto con el extranjero, y de
hecho llegó a impartir clases en el Reino Unido. Uno de sus primeros y
más importantes trabajos fue la traducción del Curso de economía moderna en 1950, el manual del keynesiano y premio Nobel de Economía Paul Samuelson, con el que se han formado numerosas generaciones de economistas hasta bien entrado el siglo XXI. Las fuerzas económicas de nuestro tiempo (1967) se tradujo a seis idiomas; asimismo, Conciencia del subdesarrollo
(1973) tuvo amplia influencia entre sus alumnos y aquellos
especializados en desarrollo y crecimiento económico. En esta
monografía, en contra de Adam Smith, prefirió hablar de la “ciencia de
la pobreza” y se declaró “economista de los pobres”. En todos sus libros
realizó un enfoque social de la economía y por ello entendía el estudio
de “una entidad social y colectiva” que implica un nivel de complejidad
muy alto. Tal complejidad no se podía reducir a unas cuantas fórmulas
matemáticas y por ello mostró su descontento por el nuevo rumbo que
había tomado la disciplina “muy rica en ciencia” y “muy pobre en
sabiduría”. Fue extremadamente crítico con la economía de mercado porque
esta institución en realidad era imperfecta y estaba dominada por los
más fuertes. En definitiva, el Estado debía regular la actividad
económica debido a que, como expuso en un libro de divulgación titulado El mercado y nosotros
(1989), no se podían dejar las decisiones en manos de unos cuantos
poderosos que solo se guían por su beneficio privado. No profundizó en
los fallos que puede tener el Estado, dirigido por políticos y
burócratas que también siguen sus propios intereses.
Parafraseando el título de una recopilación de artículos de
Samuelson, el profesor Sampedro intentó hacer una economía desde el
corazón. Sus raíces humanísticas calaron profundamente en sus ensayos
económicos.
AQUEL AMIGO QUE SILBABA (JUAN CRUZ)
Era aquel amigo que silbaba; si veía a alguien triste, cariacontecido o
enfermo, lo buscaba, le daba la mano, lo invitaba a hablar, y él
escuchaba; poca gente escuchaba como él: asintiendo con la cabeza,
mirando; de vez en cuando se lanzaba hacia la cara del interlocutor, su
amigo, como si quisiera abrazarlo, o como si quisiera animarlo a seguir.
Hace años, durante días lo vi al atardecer hacer la labor mayor de un
samaritano. Estaba recién operado el doctor Alberto de Armas, un médico
benemérito que estuvo entre sus grandes amigos canarios. Este hombre
que silbaba y abrazaba y escuchaba a sus amigos como si él quisiera
confundirse con sus problemas o sus esperanzas se sentaba junto a
Alberto, éste debía permanecer echado boca abajo, recuperándose de la
cirugía que le habían hecho en los ojos. Y el fabulador que silbaba le
contaba historias, las historias que sabía, las que inventaba; de lo que
se trataba era de tener al amigo animado y risueño, sin ver, sin poder
mirar, pero seguro de que allí estaba aquel hombre poderoso silbando si
hiciera falta para recuperar el ánimo del amigo doliente.
Reunía ritualmente, cada año, a sus amigos de Madrid, o de donde
vinieran, para hacer la celebración de los años. Como era un hombre que
regalaba y al que le hacían regalos (sería una tarea bellísima
relacionar los que intercambió con su gran amiga Carmen Balcells), esa
fiesta de cumpleaños era también un regalo mutuo, una ocasión para
recibir su abrazo y para reír. Él cantaba, silbaba zarzuelas, lo hacía
con una maestría extraordinaria, era un maestro del silbo, se
regocijaba.
A veces se hartó de ser de un mundo que iba por veredas que no quería transitar
Muchas veces en la vida se indignó, se puso serio, se hartó de ser de
un mundo que iba por veredas que él no quería transitar; pero en esos
momentos, cuando había amigos, se regocijaba como un niño, y silbaba. A
veces, también, actuaba, y pedía a los demás que actuaran, de modo que
aquellas noches de los 1 de febrero eran happenings en los que él oficiaba de gran orfebre de la amistad. Él, a veces, hablaba o cantaba en el árabe que le venía de niño. Reía.
Con Olga Lucas, en los últimos años fructíferos de su vida, buscó la
luz, el mar; fue a Tenerife, a Mijas, a Denia. Para recuperar el mar,
esa energía que buscó siempre, se fue a Denia días antes de su muerte.
Allí siguió recibiendo las llamadas de la amistad que fue guía de su
celebración de la vida. “Ya sabes cuánto te quiero”, decía a quienes
quería. Nunca dejó de querer José Luis Sampedro.
LUCIDEZ Y EXIGENCIA ÉTICA (ALFREDO PÉREZ RUBALCABA)
Probablemente, la palabra que más se va a emplear hoy para describir a
José Luis Sampedro es la de humanista; a mí no se me ocurre otra mejor.
Sampedro fue un humanista casi arquetípico, alguien que respondía a la
perfección al principio clásico: nada humano le fue ajeno. No es fácil
conciliar espíritu crítico y tolerancia, inteligencia y respeto cómo él
lo hizo. Como tampoco lo es ser fiel a unas convicciones y permitir que
nuevos puntos de vista vengan a enriquecerlas. Hay personas para las que
la erudición es poco más que el adorno de una existencia mezquina, y
otras que gracias a su sabiduría mejoran la vida de los demás; José Luis
Sampedro era de estas últimas.
La Economía fue el instrumento que eligió para actuar sobre la
realidad, y siempre tuvo muy presente que el objeto de esta ciencia es
el bienestar de los seres humanos. Algo que algunos economistas parecen
haber olvidado. Sampedro fue un economista brillante, de una enorme
solidez técnica, pero que trascendió los límites de su disciplina y que
puso la ética por encima de cualquier otro requerimiento. Una exigencia
moral que le llevó a plantar cara a la realidad en los muchos aspectos
de esa realidad que no le gustaban. Y exigente fue también en su
actividad creativa, que completa el perfil de humanista. Borges dijo que
desconocemos los propósitos del universo, pero sabemos que razonar con
lucidez y obrar con justicia es ayudar a esos propósitos. José Luis
Sampedro razonó con lucidez y obró con justicia. No sé si ayudó a los
designios del universo, pero nadie puede poner en duda que fue muy
valioso para sus semejantes.
EL PROFESOR DE ESTRUCTURA (JOAQUÍN ESTEFANÍA)
Me lo dice con delicadeza mi hija, también economista, sabiendo que
me va a doler: “Ha muerto Sampedro”. Otro maestro nonagenario
desaparecido. ¡Qué fuerza la de esa generación tan castigada por las
guerras y los conflictos! Pienso inmediatamente en tipos como Paul
Samuelson y John K. Galbraith, ya que se trata de economía, aunque sé
que Sampedro, por pudor, hubiera rechazado cualquier comparación,
cualquier analogía. Los tres pusieron punto final a la vida en su novena
década. Samuelson, de quien Sampedro tradujo a mitad de los años
sesenta su Curso de economía moderna, uno de los libros de la
materia más influyentes y más vendidos de todos los tiempos; Galbraith,
con quien coincidió Sampedro en la vinculación irrenunciable entre el
poder y la técnica económica, y que pese a no haber conocido la
profundidad de la actual Gran Recesión ya había denunciado a los
economistas que o bien por ignorancia no tienen en cuenta los factores
clave de lo que está ocurriendo (los animal spirits
keynesianos) o, lo que es peor, los excluyen intencionadamente por
motivos ideológicos para favorecer una determinada agenda política
favorable a la desregulación de los mercados, con el fin de distribuir
regresivamente la riqueza.
Ha muerto Sampedro. Tomo de mi biblioteca la Estructura económica. Teoría básica y estructura mundial
(Ariel, 1969, con portada de Alberto Corazón), firmada por él como
catedrático de la Universidad de Madrid, y por Rafael Martínez Cortiña
(también fallecido) como profesor adjunto y encargado de la asignatura.
De sus 630 páginas subrayadas a lápiz rojo (no había rotuladores) se
desprenden unas hojitas con las lecturas complementarias que había de
hacer el estudiante: Sweezy, Mandel, Theotonio dos Santos, Vidal Villa,
Rojo, Sunkel, Gunder Frank, Bettelheim, Robinson..., todos parte de la
educación sentimental de varias generaciones de estudiantes rojos de
Económicas. También está la descripción de lo que pretende el profesor
de Estructura: “Este libro ha nacido por la misma razón común a tantos
otros de autores dedicados a la enseñanza: la necesidad docente. Pocas
veces podrá esgrimirse esa necesidad con tanta verdad como ahora, pues
cuando en 1947 el más viejo de nosotros inició sus cursos
universitarios de Estructura Económica, no existía prácticamente ningún
manual sobre la materia y, menos aún, adecuado a la enseñanza (…). Ello
obligó a recurrir a los clásicos e insatisfactorios apuntes,
progresivamente acrecentados y mejorados gracias a la experiencia de
clase, hasta que en 1964 pareció posible publicar un breve resumen de
ciertas ideas centrales bajo el título de Introducción de los sistemas económicos”.
En el prólogo de su fecunda Estructura, Sampedro y Cortiña
se sienten solo enseñantes, y como tales proponen “informar, orientar,
formar: tales han sido nuestras intenciones nada menos, pero ¿acaso
podían ser otras?”. Dicen que se darían por contentos si, al menos,
contribuyesen con sus páginas a sembrar en los lectores la tendencia a
ordenar la contemplación de la realidad económica según una perspectiva
estructural; es decir, en términos de totalidad y de interdependencia,
“pues esa perspectiva [estamos solo en 1969] es cada día más ineludible
en el ámbito de las ciencias sociales”.
Sampedro ha muerto. Se podría hablar de su lucidez como economista,
de su elegancia como escritor, de su compromiso como intelectual de los
perdedores. Pero hoy toca recordarle como profesor universitario.
LÚCIDO CONOCEDOR DEL ARTE NARRATIVO (ERNESTO AYALA-DIP)
Entre 1981 y 1990, José Luis Sampedro publica tres novelas que para
mí resumen el meollo de su arte poética. En 1981 sale a la luz Octubre, octubre; en 1985, La sonrisa etrusca; cinco años más tarde, La vieja sirena. Novela total, podríamos llamar a Octubre, octubre.
O novela polifónica también, toda vez que su materia narrativa es
sustancialmente el cruce de voces, las distantes y las más cercanas en
el tiempo. Sampedro tardó casi 20 años en darle forma literaria a esa
masa de experiencias humanas y místicas de sus personajes. La estructura
polifónica, por tanto musical de su novela, acercó probablemente a
Sampedro a concebir su personal Cuarteto de Alejandría.
Sampedro no rehuyó la estructura compleja cuando un tema (o los temas en
una sola novela) lo hacía necesario. No había pose vanguardista ni
manierismos injustificados. Sabía, desde su lúcido conocimiento del arte
narrativo, el valor de los símbolos y el valor de simbolización de una
época lejana para comprender los tiempos actuales. Sobre todo si el uso
de ese mecanismo servía para matizar un realismo, en no pocos novelistas
españoles, más cerca de la fotografía color sepia que de la verdadera
representación.
No menos vigentes siguen siendo La sonrisa etrusca y La vieja sirena.
La primera es el compendio perfecto para entender qué quería José Luis
Sampedro de la novela: abrazar la vida y reivindicarla. La vida total,
sin fronteras de espacio y tiempo. La antigua Etruria que sale en la
novela, civilización misteriosa pero que desde su pétreo silencio nos
ofrece una sonrisa indescifrable, como suspendida en la eternidad entre
los avatares de los hombres de ayer y de hoy, no es un dato histórico
para adornar, es la metáfora de un esplendor pasado y lleno de
esperanzas hasta su desaparición total de la faz de la Tierra. De la
misma manera que en La vieja sirena nos adentra Sampedro en
otro pretérito histórico: la Grecia helenística. La crónica social y
política de la Grecia del siglo III, el periodo de los poemas
vanguardistas de Calímaco y los textos enigmáticos de Licofrón, le
sirven para confraternizar (que no confrontar) lo real (histórico) con
la fantasía. Su elección de la era helenística no podía ser inocente. Un
periodo de crisis, de transición, de incertidumbre en la vida, el arte y
las ciencias.
José Luis Sampedro concibió la praxis de la ficción con un sentido
humanístico. Mezcló la historia de los hombres con la historia de los
usos que esos hombres hicieron de sus cuerpos. Tuvo en su carrera
literaria lectores y críticos que agradecieron y valoraron en mucho su
obra. Otros pusieron reparos, entre los que me cuento cuando se trató de
una obra determinada, La senda del drago
(2006). Y sobre todo, como escribió el profesor José María Martínez
Cachero, fue un escritor “lento y minucioso y honradamente inseguro a
veces de su capacidad narrativa”.