Coger una maleta y marcharse del país. Esa es la opción que les queda
a muchos jóvenes si no quieren perder la esperanza de poder construir
su propia vida. Desde luego que abandonar la tierra no es una decisión
fácil, ni agradable, pero es para la mayoría un mal menor. De
hecho, en España y desde 2009 la población entre 20 y 25 años se ha
reducido en 317.076 personas (9.800 en Málaga), la población entre 25 y
29 años en 646.037 personas (19.500 en Málaga), y la población entre 30 y
35 años en 400.170 personas (4.800 en Málaga).
Una juventud sin futuro y una generación estafada son los resultados
lógicos de un diseño político y económico absolutamente irracional, pero
mantenido indistintamente por los últimos gobiernos del país. Ahora
vemos y sufrimos las consecuencias, con una tasa de paro del 25% en el
conjunto de la población activa y con una tasa de paro del 52% en el
caso de los menores de 25 años.
Hace unos cuantos años algunos ya protestábamos por la falta de
acceso a la vivienda, por las pocas expectativas laborales y por la
mercantilización de la educación. Los gobiernos de turno se limitaban a
decirnos que estábamos en época de vacas gordas y que no tenía sentido
protestar cuando todo iba tan bien. Eran otros tiempos. Montoro en 2003
negaba la burbuja inmobiliaria y Zapatero en 2007 nos anunciaba que
España sería pronto una potencia económica de primer orden. Los jóvenes
fuimos tildados de ser unos quejicas sin causa.
Pero la realidad era otra. Nuestros padres se habían esforzado por
proporcionarnos una formación que nos permitiese tener un trabajo digno
con el que sostener la vida. Y, sin embargo, finalmente los jóvenes
tenemos que acabar emigrando como ya hicieron nuestros abuelos. Entre
todo ello, un conjunto de políticas infames que permitieron que los
ricos evadieran sus impuestos, que el sistema financiero estafara a los
ciudadanos y que la burbuja inmobiliaria encerrara nuestro futuro entre
ladrillos. Sin olvidar que aquellas políticas siempre fueron promovidas y
justificadas por economistas cuya concepción del ser humano se limita a
su tratamiento como «recurso» en sus aparentemente asépticos modelos
teóricos.
A nadie puede extrañar, entonces, que las movilizaciones sociales de
hace unos años tuvieran un crecimiento exponencial el 15 de mayo del año
pasado. Ni tampoco que hayan madurado hasta responsabilizar a las
instituciones políticas de un régimen que es incapaz de dar solución a
los problemas de la ciudadanía. Un régimen caducado, abatido por una
realidad económica desoladora, y con instituciones aparentemente
democráticas pero secuestradas por el poder económico.
En Mayo de 1968 los franceses hicieron suyo el lema «pidamos lo
imposible». Hoy los que piden lo imposible son nuestros gobernantes y
nuestros secuestradores, creyendo que una sociedad puede resistir por
mucho tiempo los ataques tan brutales que estamos sufriendo. Nosotros,
por el contrario, y tanto los jóvenes como los no tan jóvenes, tenemos
el objetivo de construir lo posible.
Económicamente no hay dudas de lo que podríamos hacer. Organicemos
nuestra economía de tal modo que responda a las necesidades de las
personas y respete los límites del planeta. Para ello democraticemos la
economía, recuperando instrumentos como el banco central y las grandes
empresas, y superemos las instituciones actuales heredadas de 1978 y de
esta Unión Europea que promueve el crimen económico.
Teniendo presente esto seremos conscientes de que a los jóvenes
siempre nos queda la posibilidad de retomar las riendas de nuestra
propia vida. Como decía el maestro Benedetti, a los jóvenes nos queda
«hacer futuro / a pesar de los ruines del pasado / y los sabios granujas
del presente».
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