miércoles, 18 de agosto de 2010

ESCAPAR AL PUEBLO (CIFU)

Acabo de salir de unas de esas rachas duras de trabajo de las que sale uno apaleado, dolorido y con heridas que lamerse, como perros que vuelven a casa después de fugarse en un celo, y me he refugiado de nuevo en mi pueblo, en Las Arribes, del que ya les he hablado en otras ocasiones. Sin pretender generar envidias de ninguna clase, considero que los que somos de pueblo tenemos un gran privilegio en la vida sobre los pura raza urbanita, que es el de tener otra visión de la convivencia y un entorno alternativo diferente para poder escapar como lo hacen las bandadas de golondrinas.
De repente el aire se para, se vuelve limpio. El tiempo se ralentiza y se convierte en una dimensión infinitamente elástica, ya que cualquier actividad se desarrolla con la parsimonia y el celo que sea necesaria hasta el infinito y más allá. Cualquier conversación iniciada en un paseo casual en el que te cruzas con un vecino, sea del entorno cercano o no (aquí los entornos son siempre cercanos) puede ver caer el sol, y ser sorprendida por la oscuridad del horizonte, hasta que el estómago te pide el reconfortamiento de la cena y el vino, que no deja de ser más que una forma de coger fuerza para seguir destilando la conversación.
Dormir repone fuerzas de una forma realmente terapéutica. Nada que ver con el sueño reparador que te deja justo listo para seguir funcionando. Esto es una capa de sueño forrada de lana que se adapta como un guante a lo que existe al otro lado, cuando el cerebro se apaga y empieza el misterio de lo insondable, y se extiende ante el descanso una pradera infinita de colores cálidos en los que el inconsciente también descansa a sus anchas.
Otra cosa determinante es la comida de madre. Sentarse a comer aquí toda la familia es una suerte de algarabía llena siempre de novedades, risas o estruendos, pero sin duda es una situación interminable de platos que se vuelven a llenar una y otra vez después de vaciarse, porque en la conciencia materna sobrevive el poso de que si nos levantamos de la mesa debe ser para ir a segar al campo, y no hay modo de cerrar luego los cinturones, a veces ni siquiera a base del orujo casero que acompaña al café, aunque eso sí, aplaca la apretura inicial sin duda.
Y volver a pasear. Darse una vuelta entre los carrascos y encinas que tienen Portugal y el Duero como fondo es ciertamente reponedor. Ver cómo las parras ya se van preparando para ser ordeñadas en septiembre por el milagro del vino tiene un componente mágico que nos inunda a toda la tribu, porque en el fondo es lo que somos, una gran tribu antigua que pretende sobrevivir al incendio de la excluyente y monodireccional vida urbana.

Jesús Cifuentes - el norte de castilla-

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